Sin que nos demos cuenta, nuestro organismo es un territorio en el que día y noche se desarrollan batallas épicas. Se producen en la intimidad de nuestros tejidos, y con armas más versátiles y efectivas que ninguna de las diseñadas por la industria bélica. Las protagoniza el sistema inmune, que distingue lo propio de lo extraño, nos protege de microorganismos patógenos y descarta errores en la cadena de producción de las células. Cuando estamos sanos, células dendríticas, macrófagos, linfocitos y los otros componentes de este ejército de increíble complejidad parecen interpretar un ballet coreografiado con precisión exquisita. Pero si dejan de cumplir con su papel y se rebelan, las consecuencias pueden ser dramáticas, como la aparición de enfermedades autoinmunes, entre otras.