Una reflexión profunda y luminosa sobre el paso del tiempo, sobre las huellas que deja el tiempo en el cuerpo de hombres y mujeres. El aumento en la expectativa de vida y la salud institucionalizada están generando beneficios para la comunidad humana, pero también retos enormes para sus instituciones, sus ciudades, sus gobiernos y sus dirigentes. Este libro se acerca a estos temas con propiedad. Además de las referencias que son de uso común en la filosofía occidental, la autora toma conocimientos y argumentos de pensadores y pensadoras ancestrales y no occidentales, lo que redunda en beneficio de la discusión y, en últimas, del lector.
« acoger la vejez como un momento más de la vida, con sus propias posibilidades en medio de sus impedimentos, implica aceptar ese cuerpo singular que somos, que vamos siendo; significa dejar de abstraerlo de la temporalidad, asumirlo como un cuerpo embebido, transido de tiempo. Y esto supone aceptar que el tiempo no es nunca un espacio vacío y colonizable. Porque el pasado no se puede simplemente superar, el presente no es solo lo que está dado y disponible, ni el futuro es un trayecto previsible a voluntad. Así nos lo recuerdan las marcas del cuerpo viejo, junto a los rastros que las intervenciones humanas van dejando sobre la Tierra, y los posibles futuros que en ella pueden desplegarse.»