Los alcatraces traduce el mundo cruel e incestuoso de una pequeña comunidad anglófona, aplastada por una oleada católica de habla francesa. Premio Femina 1982, esta novela supone el reencuentro con un desastre fatal marcado por el crimen y la barbarie. Una invitación al complejo y poético universo de Hébert.
El 31 de agosto de 1936, dos adolescentes, Olivia y Nora Atkins, desaparecen en Griffin Creek, un pueblo canadiense en el que la oscuridad parece ser constante. Envidiadas por su belleza, su rastro se pierde en una playa salvaje. La imagen de las muchachas se funde con el paisaje marítimo, y el viento siembra un clima adverso, perfecto para la elucubración, en el que laten las huellas de lo prohibido y lo siniestro. Pronto se descarta que su ausencia sea fruto de la casualidad: la desgracia se viene rumiando desde hace tiempo. A través de las voces de los personajes, así como de algunas cartas, asistimos a un proceso imparable en el que la catástrofe trastorna de manera radical a la comunidad, anquilosada en la tradición y en un exacerbado culto religioso. Y es que el destino del pequeño pueblo quebequés parece estar sujeto irremediablemente a los designios de Dios.