En un coro delirante en el que hasta la tierra habla, Laura Ortiz Gómez libera toda ternura y arma con ella una rebelión.
Vira y Olena cuidan la casa, le acarician el paladar con sus escobas, le aflojan las puertas con aceite. La casa recuerda, mientras todos olvidan, cómo le brotó el lenguaje, cómo dijo recién nacida: Soy la casa de mí. En ese frenesí de palabras nombró y contuvo a los huesos que se escondían en sus muros: fue el eco del llanto de la niña tehuelche que don Demetrio mandó traer de la campaña del desierto; fue el grito del futuro en una asamblea infinita en la que aún participan los muertos. Recuerda también abrirse ante la llegada de Taras, que vino a declarar que nada le pertenece a nadie, a demostrar que las cosas, todas, son para jugar.
Indócil narra la historia de amor que, en 1907, rodeó la huelga de las escobas, cuando las habitantes de los conventillos de Buenos Aires decidieron dejar de pagar la renta y salir a barrer la inmundicia del mundo capitalista.
«Indócil es el fuego de la ternura, una fábula alucinada, una prosa líquida en la que una voz puede ser una casa que se transforma en niña que se transforma en pampa que se transforma en niño maldito que se transforma en asamblea que se transforma en lucha que se transforma en el dolor de la belleza. En amor».