Dios está en todas partes, dice Enrique Serrano en el prólogo a este libro. Pero los seres desmesurados y excéntricos de sus 24 relatos quieren contradecir esas palabras impías. No en vano, por Dios uno decidió no volver a pronunciar jamás una sola palabra y guardar silencio eterno, otro se fue a vivir a la punta de una columna hasta el día de su muerte, y otros más se impusieron una quietud suprema o una existencia frenética colmada de placeres y de ritos mágicos.