Muy a menudo se hacen estadísticas abrumadoras sobre los cambios que la tecnología ha producido en la vida diaria. Alguien nacido en la primera mitad del siglo veinte puede haber conocido como novedades mucho más de la mitad de los artefactos que rodean, que son, su cotidianidad. Desde el televisor en todas las casas hasta el teléfono celular en todos los bolsillos, desde el ahora patéticamente obsoleto fax hasta el escáner instantáneo y exactísimo. De lo que se habla menos es de algunas cosas que desaparecieron en ese trasteo de cacharros e innovaciones y una de ellas son las cartas.
Ya no hay cartas. Hablo del mensaje escrito en papel entre amigos, entre parientes, entre gentes que están en dos distintos lugares. Si el medio es el mensaje, como lo dijo un profeta de estas transformaciones que condujeron a la obsolescencia del hombre mismo, entonces es obvio que no puede decirse que el correo electrónico sea el sustituto de la carta escrita. Son dos cosas completamente distintas. Pueden tener apariencias análogas, pero no son lo mismo.