Los otros jardines, los abandonados
que no piden permiso para existir
existen de todos modos
invitando a
lo que vive y lo que está muerto.
Aquí es un buen lugar donde los viajeros
puedan quedarse un rato antes de seguir.Aquí
no queda mucho de lo que fue,
de las velas que alumbran.
Los invitados que llegan,
vienen por otra razón que no es la fiesta.
No obstante, una vez fueron tocados por manos humanas
y por eso los podemos llamar jardines,
pero las raíces estaban antes y después
del tiempo del ser humano.
Es de mañana o de tarde:
puede parecer otra mañana,
más remota que la anterior,
también puede parecer una tarde
que señala una larga noche.
No tiene importancia discutir sobre esto.
Otra noche que se cierra alrededor de todo
sabe a metal, tierra, hojas que se transforman;
en su interior, se va preparando aquello
que las palabras aún no se atreven a saborear
y en este sentido puede parecerse a una mañana
aún sin ninguna regla escrita.
Carros vienen y carros van.
El fruto caído es recogido por nadie.
Aquí los traicionados pasan por delante de los traidores
y comen bajo las mismas ramas.
No me preguntes quién alcanzó
más alegría durante su vida
o a quién le infligieron el sufrimiento más severo.
Yo, un ser humano entre tantos, cómo podría responder,
pero sé de la telaraña;
la vida y las víctimas de las arañas.
En los jardines abandonados
destacan mejor los rastros de lo vivo
porque el tacón de la muerte
ha acuñado su marca en lo que se dejó atrás.
Aquí llegaron una noche los refugiados del alma sin papeles
para encontrar un rato de descanso,
que no se habían imaginado que fuera posible de alcanzar,
se sentaron un rato,
sabían que este no era un lugar para quedarse,
aún así se demoraron hasta el amanecer.
Aquí llegan por un rato los muy felices,
se acarician los cuerpos los unos a los otros
creyendo conocer el pensamiento de la vida.
Aquí cae la lluvia, la que primero aniquila
para devolver otra vida.
Aquí llegan los muertos en su pasaje veloz
por distintos mundos; inhalan los olores,
se quedan un rato,
saborean antes de apresurarse de nuevo.
Y las aves migratorias, que habituadas atraviesan la noche,
buscan por un momento entre lo deshojado,
encuentran lo que buscan
en los escondrijos del gran cuerpo,
en el mismo lugar por donde los muertos acaban de pasar,
de ahí el lúgubre resplandor en sus ojos.
No hasta que haya llegado el olvido para ocupar su lugar
y la muerte y la vida hayan cobrado nuevos sentidos;
comienza un brotar distinto:
lo ligeramente dorado que precede a la descomposición.
Ahora
las hojas se pliegan
me miran, te miran a ti
preguntando por qué
pasamos por aquí,
a través de las suelas de nuestros zapatos susurran
que por un rato nos podemos quedar aquí,
pero los secretos que esconden jamás
serán revelados del todo.
Caen pesadas unas manzanas maduras
que no piden ser recogidas,
en la hierba, abandonadas caen
para estar y crecer como parte de otra cosa,
para estar quietas ? y despertar
cuando juntas la noche y la mañana
atraviesan el hervidero
de todo lo que no conoce el reposo
y mantienen abiertos los ojos, afinan el oído
ante lo que de nuevo se acerque.
A lo lejos es como si los vehículos
aún fuera del alcance de la vista se acercaran,
desconocidos también para los jardines.