La baraja europea más antigua que se conoce data del siglo XIV. Posteriormente, a mediados del siglo XV, el pintor italiano Bonifacio Bembo pintó para una familia noble de Milán un mazo de cartas cuyo nombre era Tarocchi. Éste era un juego de cuatro palos de barajas, con catorce cartas que ilustraban diversas escenas y personajes del mundo medieval, tales como el Papa o el emperador, llamados "triunfos". Más tarde, los triunfos corresponderían a los llamados "Arcanos Mayores" de los tarots actuales.
En el siglo XVIII Court de Cebelin, un gran estudioso y apasionado del tema, investigó la posible relación entre este juego de cartas del Tarot y la cabala hebrea. Así mismo, filósofos, ocultistas y artistas indagaron en sus claves secretas. Cabe destacar los trabajos del ocultista Papus, que estableció una analogía con la numerología, destacando la relación existente entre las 22 láminas de los Arcanos Mayores y las 22 letras del alfabeto hebreo.
Ya en el siglo XX, en pleno auge científico y tecnológico, y ante la primacía del pensamiento racional y los avances de la informática, se produjo un resurgimiento del mundo esotérico. Con toda certeza, este renacimiento ha obedecido a la búsqueda de nuevos valores espirituales que enriquezcan las vidas de las personas ante el vacío espiritual provocado por un mundo materialista, dominado por el afán de consumo y continuamente ensombrecido por las pesadillas bélicas, la amenaza nuclear y la proximidad del fin del milenio. En efecto, nunca en el pasado habían existido tantos tarotistas como en la actualidad, si bien es cierto que siempre fueron muy populares las gitanas que leían el porvenir.