El pequeño Leo quería una cosa con todas sus fuerzas. No, no era un balón de campeón, o un trenecito larguísimo, o un robot inteligente. No era un monopatín súper veloz, ni un dron con radiocontrol. Tenía ya muchísimos juguetes muy bonitos. Quizá hasta demasiados. Su deseo, en realidad, era mucho más peculiar: quería tener la luna entera para él solo. Sin embargo, Leo no se había parado a pensar en la cantidad de problemas que ciertos caprichos pueden dar Una historia que enseña la importancia de saber disfrutar serenamente de las cosas más hermosas: las que no se pueden poseer.