No recuerdo si lo escuché de Leonardo Sanhueza o Galo Ghigliotto. Fue, en todo caso, uno de esos comentarios cuyo destino inexorable es el olvido, la nota al pie de una nota al pie. El tema era Nicanor Parra y su influencia en la poesía chilena. La glosa, sin embargo, le colocaba paños fríos a la fiebre parriana que de pronto se apoderó del país de manera, a ratos, exagerada: Enrique Lihn y Gonzalo Millán se dijoposeían sendas obras cuyo espectro de influencia había sembrado tanto o más profundamente sus raíces en el parnaso nacional. Ambos, cabe recordar, fueron abiertos opositores de la dictadura. Lihn, desde lo que él mismo denominó como exilio interno, a través de diversas intervenciones públicas como desde la trinchera literaria (a propósito, vale la pena revisar La aparición de la virgen y otros poemas políticos editado por UDP hace un tiempo). Gonzalo Millán, desde el exilio, intentando sobrevivir al desarraigo al que fue sometido, forjando redes con escritores en su misma condición y publicando libros como La ciudad (Canadá, 1979), que junto con El Paseo Ahumada describen la desoladora cotidianidad de un país gobernado por militares.
Como en el cuento Encuentro con Enrique Lihn, donde Roberto Bolaño exhuma literariamente al poeta para sostener una conversación en la trastienda del infierno, La poesía no es personal viene, gracias al trabajo de recopilación y selección realizado por Guido Arroyo, a ofrecernos una suerte de conversación póstuma con Millán. Un ejercicio en donde el interlocutor queda suprimido para dejar que el autor de Autorretrato de Memoria vaya paulatinamente recorriendo pasajes tanto de su vida como de su trabajo en poesía.