Cuando Eckermann le contó una vez a Goethe -eso fue en 1827- que se le habían escapado dos pichoncitos de reyezuelo, a los que encontró al día siguiente en un nido de petirrojos, que estaban alimentando a los pequeñuelos junto con su propia cría, tal hecho excitó mucho a Goethe.
Vio en él una confirmación de sus ideas panteístas, y dijo:
«Si es cierto que ese acto de alimentar a un extraño es algo que se da en toda la naturaleza con carácter de ley general, entonces más de un enigma será resuelto»