En enero de 2018, en medio de una crisis depresiva, comencé a llevar un diario: un registro más o menos minucioso de acciones domésticas, retazos de sueños, fragmentos de mala literatura. Escribía para mí y me leía una y otra vez como mi madre enferma apegada al salmo 23. A finales de junio descubrí una veta en aquello que escribía, algo que entonces creí digno de trabajar como ejercicio creativo. Días de inercia no es una terapia, más bien un intento de disección. Aunque la depresión se comporte como un animal vivo, o precisamente por ello; un animal que no pide ser domesticado. El resultado de esta disección es un libro con 27 letras capiturales que conforman un alfabeto personal.