Tenía la intención de traer las palabras de alguna poeta para acompañar esta nota. Algo de Carranza, Bonnett o Dolly hubiera sido perfecto; de Pizarnik, Alfonsina, Juana o Idea; nada. Emily, Sylvia, ¡por favor! Nada. Ni siquiera la Szymborska se apiadó de mí. A pesar de que no lo logré, sé que todas ellas -y muchas más- han dicho cosas sobre el quehacer poético y no hallarlo es solo torpeza mía. Mea culpa. Afortunadamente un caballero muy inteligente y elegante salió en mi auxilio; el gran Rainer Maria Rilke dice en Cartas a un joven poeta, la correspondencia que sostuvo con el aspirante a poeta Franz Kappus:
No hay más que un único medio. Adéntrese en usted. Escrute el fundamento que para usted supone escribir; compruebe si extiende sus raíces hasta el lugar más profundo de su corazón, reconozca si se moriría usted si le prohibieran escribir, pero, sobre todo, pregúntese, en la hora más silenciosa de la noche: ¿tengo que escribir? Excave en su interior en busca de una respuesta profunda. Y si esta fuera afirmativa, si usted pudiera enfrentarse a esta grave cuestión con un enérgico y sencillo tengo, entonces construya su vida en función de esa necesidad; hasta en la hora más nimia e indiferente, su vida tendrá que ser señal y testimonio de ese impulso.
Por puro instinto, Natalia Jaramillo ha hecho exactamente lo que Rilke le recomendó a Kappus: ha escarbado dentro de sí misma, ha revolcado sus hallazgos y ha llenado la vida con su poesía. Le ha puesto a su escritura toda su fuerza natural, su facilidad para comunicar, y además le ha añadido el hecho de conocerse bien. Tiene a su haber publicaciones previas que dan cuenta de cómo la poesía ha sabido retener a una autora desde hace muchos años, haciéndola dueña de una obra madura y pulida.
La Colección Ámbar tiene de nuevo voz femenina, esta vez una que ha gritado (no susurrado) a los cuatro vientos su amor al arte excelso que suelen tener quienes, como Natalia, no pueden dejar de ser poetas.