Ay, mamá, yo se se sirve de uno de los procedimientos propios de la «novela de formación» (o bildungsroman): un narrador en este caso en primera persona reconstruye su vida en un recorrido que abarca desde la infancia hasta la madurez. El protagonista transita con desparpajo por los mo-mentos que moldearon su existencia: el descubrimiento de la amistad, del amor, de la orientación sexual, de los desafíos que comportan el mundillo académico, el matrimonio, la pater-nidad y la vida laboral.
En el centro de su historia está su madre, una figura que se impone con fuerza: es faro y penumbra, sostén y lastre, nido y tormenta, caricia y estocada. Siempre presente está también el suicidio de su padre cuando aún era un niño. Esa ausencia, amén de un recuerdo doloroso, es un fantasma ubicuo, el es-pejo de sus miedos y limitaciones, el horror que lo acecha y, al propio tiempo, el motor que lo impulsa.
La memoria individual en ¡Ay, mamá, yo se! hunde sus raíces en el sustrato de la historia de Colom-bia. La Violencia partidista de los años cuarenta y cincuenta, la corrupción política, el auge del nar-cotráfico, los triunfos y derrotas en el deporte, y otros mimbres, salpican la narración. La histo-ria es también una suerte de libro animado de momentos icónicos: el incendio del edificio Avianca, el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, la tragedia de Armero, la toma del Palacio de Justicia, y el accidente que le costó la vida a Jorge Gaitán Durán, entre otros.