Rockabilly comenzó a cavar tarde, una noche de primavera, con una pala oxidada en el jardín trasero de su casa. Todo había comenzado un par de horas antes, estaba oscureciendo, las ventanas del vecindario empezaban a iluminarse y la mancha roja en el horizonte se atenuaba. En algunas casas parpadeaban televisores, en otras, las familias se reunían alrededor de la mesa a cenar. Pero Rockabilly no tenía familia ni televisor, él estaba en el living, bajo una ampolleta débil, arrodillado sobre un montón de periódicos viejos, sus dedos grasientos desarmaban una caja de cambio que había recogido del depósito de chatarras. Se pasó la mano por la frente, despejando el sudor y dejando en su lugar un borrón negro. Satisfecho, entró al baño a lavarse. Mientras se enjabonaba los brazos, tratando sin éxito de eliminar las manchas negras que se adherían a su piel, algo cayó del cielo.