Diez semblanzas, sin duda, no son suficientes para hacernos comprender cuán diversa es la condición humana, pero sí bastan para inducirnos a intuir que no hay norma, plantilla o formato que sea capaz de agotar la complejidad de una vida singular.
El íntimo esmero con que son delineados los retratos, pues la mayoría -si no todos- hace parte de círculos mediados por lazos de familiaridad o amistad, sumado al hecho de que no estamos en presencia de composiciones empujadas por la ficción, los pone a resguardo de la crítica que se empeñaría en ver en ellos la concreción caracteres-tipo.
Dado que no debemos olvidar que se trata pequeñas pinturas verbales, lo visto, en cada caso, no es tanto el cuerpo entero del sujeto evocado o una circunstancia exhaustivamente caracterizada, cuanto una porción de él o una parte de ella cuyos respectivos trasfondos quedan a la imaginación del lector, a su trabajo cooperativo.