Juan Valera defendía que el arte es desinteresado. Empeñado en atacar tanto a los románticos como las naturalistas, nunca se adscribió a ningún movimiento esteticista. Su escritura sencilla, llena de pinceladas detallistas y apuntes objetivos -que lo alejan de los románticos-, y su meticuloso análisis de los personajes -que lo acerca a Stendhal y Flaubert-, encuentran su máxima expresión en Pepita Jiménez (1874), obra maestra de la novela española del siglo XIX, que habla de un joven seminarista que cuelga los hábitos por una joven viuda a la que corteja su padre.
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