El poder del derecho no se limita a su capacidad para imponer
determinados comportamientos. Ese poder también está en su fuerza para
evocar símbolos que se consideran importantes para la vida en sociedad,
como la justicia, el orden, la igualdad o la seguridad, entre muchos
otros. El derecho no solo funciona como un instrumento destinado a
lograr objetivos mediante sanciones e incentivos sino también como un
mensaje destinado a conseguir ciertos fines a través de imágenes y de
símbolos. Más aún, con frecuencia la ineficacia instrumental del derecho
es una consecuencia de que sus normas solo buscan eficacia simbólica.
Visto así, el derecho no es el punto final de la lucha política que se
libra en el congreso o en el gobierno, donde se producen las normas,
sino más bien el punto de inicio de una lucha política, no solo dentro
del Estado sino también en la sociedad, por definir el sentido de los
textos jurídicos. El derecho, parafraseando a Von Clausewitz, es la
continuación de la política por otros medios.
Desde esta perspectiva las normas jurídicas son espadas de doble filo:
tanto herramientas para apaciguar a la población, de tal manera que las
cosas sigan como estaban, como banderas que invitan a luchar por las
reivindicaciones sociales que allí se plasman. Más que reglas de
obligatorio e inmediato cumplimiento, las normas jurídicas son recursos
simbólicos que sirven para hacer cosas y emprender luchas.