Si hace poco abordábamos los problemas de la crítica literaria al hablar de «Una venus mutilada», el libro de Germán Gullón, hoy damos una vuelta de tuerca más sobre ese conflicto. Si Gullón afrontaba esa disquisición desde el punto de vista del crítico profesional, en «La cena de los notables», Constantino Bértolo lo hace desde una posición algo distinta: la del editor profesional (aunque también practique la crítica, por supuesto).
Esa pequeña divergencia de actitudes explica, por ejemplo, la importancia que Bértolo asigna a la editorial como responsable de las obras que publica. Según el autor, la crítica no actúa como nexo de unión (con sus connotaciones interpretativas o exegéticas) entre el autor y el lector, ya que esa labor es la que llevan a cabo los editores: son ellos los que «colocan» en el mercado las obras que, según su criterio, pueden satisfacer las necesidades de los lectores; éstas, como es lógico, pueden ser de todo tipo, sin necesidad de ceñirse a valoraciones culturales. El crítico es el que valora esas propuestas y, por tanto, su función le sitúa como mediador entre la editorial y el lector. El autor advierte de lo engañoso que puede resultar interpretar una crítica como una respuesta (sea positiva o negativa) directa al autor del libro; en realidad, esa respuesta se dirige a la propuesta editorial: el crítico juzga si esa publicación es conveniente o no.