Todo parece indicar que el profesor Tobías McIntosh está siendo testigo
de su propio funeral: nadie le habla, nadie lo ve, mientra
s el ataúd va del altar de la iglesia a la carroza que encabezará la
marcha fúnebre. ¿Qué le está pasando?: ¿es invisible o no es?
¿Por qué cantan esas tristes canciones inglesas? ¿Toda esa gente
vestida de negro lo está llorando a él? ¿Acaso murió el día que
le habían vaticinado? ¿Sufrió un infarto, un golpe en la cabeza, una
caída de avión?
Quizás sus últimos meses de vida, una despedida de sus legendarias
clases de física, de las relaciones que logró construir y de una pesada
forma de ser en la que vivió encerrado como en una jaula, le hayan
servido para resolver el enigma que lo persiguió desde niño.