Miyer Fernando Pineda, no obstante su juventud, ha navegado en muchas aguas de la Vida de la Poesía. De las primeras le viene su predilección por la noche, sus fantasmas, sus monstruos alucinados, su zoología degradada y repugnante, sus enfermedades, su peste divina y humana, su erotización conceptual que, como en la manzana del Paraíso, es néctar de placer con gusano en la pulpa. De las segundas, lúcidas y letíferas aguas, quizás, Sabines, Fayad Jamis, Rimbaud, César Vallejo, José Manuel Arango, Jorge Teillier, la música y la pintura, que llegan hasta su puerta, en el Cuartito Azul, con la bruma envolvente de una Ciudad Sumergida atrapada en sus memorias. Fuentes diversas, voces de la otra orilla, donde no se transige con la estética y la retórica convencionales. La suya es una poesía que arrebata las nueces podridas del siglo pasado, porque desea que su jardín de palabras ásperas no se llene de ruidos vacíos, en este amanecer de nuevas incertidumbres.