La primera vez que Horacio Benvides vio un muerto tenía cuatro años. En una colina frente a su casa vio erigirse una bandera blanca sobre el techo, era la señal de que alguien había muerto. Su madre lo llevó hasta ese lugar: una casa de bareque debajo del sol espeso del mediodía. Cuando Benavides asomó la cabeza dentro de la casa vio al muerto en el regazo de una anciana y al lado de ella una enorme olla de metal. Benvides le preguntó a su mamá: ¿Por qué lo bañan?, y la respuesta de su madre fue: Porque debe presentarse limpio ante el Señor. Luego lo secaron, lo vistieron con ropa nueva, y lo acostaron en el ataúd. La anciana puso un cabo de vela a su lado, y Benvides volvió a preguntar: ¿Para qué la vela?, y su madre dijo: Porque tiene que pasar regiones oscuras. Al final hicieron un atado con cintas y lo dejaron en el cajón. ¿Para qué las cintas?, preguntó. El muerto debe cruzar abismos, volvió a responder ella. Después de eso, el poeta recordaría para siempre esas misteriosas palabras que describían la muerte. Lo indio y lo cristiano, la muerte como un camino, la travesía a otro lugar.
Benavides lanza su nuevo libro con Frailejón Editores. Este poemario está construido con frases cortas. Imágenes sencillas sobre el amor y la pérdida.